Tercera Parte
El color cobrizo de la puerta metálica y su brillo mate hacía
que la puerta se mimetizara con la fría roca en la que estaba
embutida. Aparentemente no había manera de pasar por aquella
muralla de metal, no había manivela alguna ni cerradura así
que simplemente empujé con fuerza la puerta.
La escena que ahora presenciaba era totalmente
distinta a la que dejé tras la puerta. Un suave aroma
y cálida luz hacía de este lugar algo rejuvenecedor
después del gélido y húmedo ambiente de la cueva.
El pequeño corredor excavado en la roca tendría
una longitud de cinco metros de largo por dos y medio de alto, carecía
de decoración alguna, excepto el suelo que era un complejo
mosaico simulando las olas del mar, formado por cientos
de minúsculas piezas pentagonales intercalando
grandes franjas del mismo metal de la puerta. Unas cuencas esculpidas
en la pared servían de continente al curioso líquido
aromático y luminiscente que ambientaba la estancia. Las finas
y gráciles columnillas de piedra naturales ayudadas por mano
inteligente proyectaban sutiles sombras sobre la
superficie lisa de las paredes, dando como resultado un agradable
degradado luminoso.
Al otro lado del pasillo había otra puerta similar a la que
acababa de pasar, con la única diferencia de que ésta
tenía unos finos grabados formando unas letras
que no terminaba de catalogar. Las anoté para poder estudiarlas
con más detenimiento y contrastarlas con muchas de las escrituras
antiguas que se conocen.
Al igual que la puerta anterior, esta carecía de sistema de
apertura alguno. Solo un par de detalles la hacían algo más
espectacular. Las franjas metálicas del suelo parecían
subir por la puerta y formar a la altura de mi cabeza dos círculos,
uno en cada hoja de la puerta, también en metal cobrizo.
Posé con cierto temor mis manos en los círculos, podía
sentir un agradable calor y una fuerza que me hizo poner mis manos
tocando al completo los círculos. Un suave cosquilleo
brotaba de mis palmas y del centro de mi cuerpo, avanzando cada vez
más, muy rápidamente. Cuando casi ya tenia esa sensación
por todo mi cuerpo y mi visión volvía a ser clara, me
fui dando cuenta que el pasillo ya no era el mismo.
La pequeña y fría habitación
de piedra gris me hizo sentir presa de mis miedos. El techo era muy
alto, sobre unos cuatro o cinco metros y solo por la tosca rejilla
que había arriba podía ver la luz y el color de cielo.
Una nueva puerta de madera, muy rústica y
desgastada, daba paso a un nuevo pasillo. Su color rosado y su suave
textura me recordaba al mármol más puro, sin ornamentación
alguna e iluminado gracias a la luz del día que dejaba pasar
la impresionante bóveda de cristal de roca
reforzado por un armazón de un metal similar al oro o al bronce.
Tan solo el suelo rompía la monotonía de las paredes,
siendo igual que el del túnel anterior. Al fondo una nueva
puerta de madera, enmarcada entre los muros de mármol de una
forma muy curiosa. La piedra comenzaba a curvarse sobre ella misma
hasta conseguir la forma redondeada del marco, parecía que
la roca se metamorfoseara en madera, todo de una pieza pero perfectamente
distinguidas. La compleja superíicie de la puerta me impresionó
bastante. Una elegante mezcla de madera, mármol rosado y metal.
Conjuntados armoniosa y delicadamente, creando abstractas formas evocativas.
Desde mi posición no se distinguía mecanismo alguno
de apertura, lo cual no me extrañó al ver que ninguna
de las puertas anteriores lo tenía. Avancé por el pasillo
y cuando ya estaba muy próximo a la puerta, observé
como cada vez se hacía más transparente.
Situado a tan solo cincuenta centímetros de ella ya podía
ver lo que había al otro lado. Levanté mi mano para
tocar allí donde debería estar la puerta y efectivamente,
no había nada. Pude sentir una extraña sensación
de hormigueo y frío, como si un campo magnético alterara
cada célula de mi piel mientras mi mano atravesaba la viscosa
nada. Cerré los ojos y di un paso hacia adelante, durante unos
segundos el leve zumbido de mis iodos casi me hace perder él
equilibro. Al abrirlos ya estaba al otro lado y la puerta desde aquí
se veía completamente sólida, con los mismos extraños
dibujos que la cara delantera, reflejando la débil luz que
emitían las dos cuencas de liquido luminoso,
liquido que en este caso parecía más denso
que los demás, similar a la gelatina. Daba la impresión
de que cuanto más liquido era, más brillaba y viceversa,
ya que el contenido de las cuencas anteriores era bastante más
acuoso y tenían más luminosidad.
El suelo de esta pequeña sala estaba formado por minúsculas
piezas de mosaico en colores arena y blancos, en tonos muy suaves,
en forma de espiral que subían hasta unos veinticinco centímetros
sobre la pared, fundiéndose con el tono marrón de esta,
redondeando la intersección del suelo con la pared.
La forma circular de la nueva sala me hacia pensar que estaba en una
torre o en un faro marítimo ya que el sonido
de las olas y el viento se oían muy próximos. A cada
lado una puerta de madera, la de la izquierda era de color rojizo
y la de la derecha era turquesa. Un pomo dorado,
sencillo en su forma, permitía la apertura de la puerta. Giré
el pomo de la puerta turquesa pero esta no se abrió, estaba
cerrada con llave.
Todo aquí era tan irreal, tan bello y sencillo. Libre de mal
alguno, me sentía muy bien en aquel lugar. Sólo me inquietaba
la idea de sí estaba o no solo aquí, quién había
construído todo esto y qué tipo de vinculo era aquel
que use para entrar en este lugar del que aún desconozco su
extensión, así como su localización. Llegué
a pensar incluso que el Sol del desierto había trastornado
mi cabeza y que vivía una gran ilusión de la que no
despertaría jamas.
Cuarta Parte
La ténue luz que las cortinas granate y doradas dejaban pasar
llenaba cada rincón de la sala, difuminando suavemente las
formas y alterando los colores de cada objeto.
Una mesa rectangular en el centro acompañada de cinco
sillas, por cierto, muy cómodas y un tanto desgastadas. Estanterías
vacías colgadas de la pared. Un par de armarios
sin nada en su interior y una pequeña arca de madera y metal
con un viejo, pero aún servible, catalejo.
Podía oír el mar y el viento, muy cerca,
envolviéndome, acariciándome con cada ola y con cada
soplo. Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar
por tan dulces sonidos, olvidándome de cuantas cosas me han
sucedido en tan poco tiempo y sin saber aún el por qué
ni el cómo...